miércoles, septiembre 20, 2006

Stress presidencial

Guarda Alan. Otra vez te estás sobrepasando. Ayer nomás se batieron todos los récords de figuretismo. En una sola faena se decretó desde Palacio una sonora rebaja de los combustibles –aprovechando una coyuntura del mercado internacional que ajustó hacia abajo las cotizaciones del crudo, por primera vez después de varios meses-; se anunció ante el desconcierto del ministro de Educación (¿existe?) que 350 mil maestros y más de 3 millones de alumnos serían evaluados de aquí a diciembre para saber en qué estado se encuentra la educación peruana; y se cerró el día con el mejor broche mortícola con la remisión al Congreso del proyecto de ley para la aprobación de la pena de muerte, con carácter de “urgencia”. Todo en un día. A tal grado que los tituleros de los diarios no sabían a cuál de los tres anuncios darle la primera importancia. Es decir que aquí gobernar es igual a anunciar.

El Alan García de los 80, tenía verdadera obsesión por los anuncios. Al punto que muchos llegaban con miedo a los discursos de 28 de julio que contenían siempre alguna sorpresa. Pero a veces los conejos salían de una visita a provincias con algún lleno de plaza, o de algún balconazo de palacio, en el que se bajaba un precio o se congelaba las tarifas de algún servicio. La fiebre anunciadora derivó finalmente en el mayor improntus del quinquenio que fue la estatización de la banca según lo dicho en el discurso de fiestas patrias del año 1987. Como finalmente no hubo ninguna estatización, todo terminó en un fracaso, en hiperinflación y en un brutal stress presidencial a partir del año 1988, durante el cual se hizo el milagro y García perdió el habla y los porrazos o paquetazos que empezaron a caer sobre los peruanos se quedaron sin anunciante, mientras todo se derrumbaba alrededor del presidente.

Según dicen por ahí el Alan del 2006 ha cambiado. Es más maduro, más conservador, más neoliberal y sobre todo ya no es tonto, según aclaró en Ate el último domingo. En la campaña muchos se sorprendieron de los episodios de silencio del candidato, que permitía así que los contendores principales: la derecha y el nacionalismo, se desgastaran en un interminable enfrentamiento. Aún en el momento crítico, cuando no se sabía a ciencia cierta quién había ocupado el segundo lugar el 9 de abril y Lourdes patinó nuevamente proclamándose ganadora, García se mantuvo sereno y esperó paciente que sus amigos de la ONPE le concedieran la mínima ventaja para pasar a segunda vuelta. Pero en García, más que en nadie, una cosa es como candidato y otra como presidente.

Es mucha cosa que le estén repitiendo que el tipo por el que el 70% de los peruanos decía que jamás votaría, tenga ahora 70% o más de respaldo ciudadano, no habiendo hecho absolutamente nada, salvo muchos anuncios. Entonces el hombre está empezando de nuevo a acelerarse. Se imagina que cada día debe anunciar algo y luego que para superarse necesita varios anuncios al día. Y todos estamos discutiendo sobre esos anuncios impresionantes. Ciertamente que los combustibles que todavía no bajan por esa enmarañada red de intermediación que hay entre los pozos, las refinerías y el público, y por el viejo truco de los grifos que siempre tienen stock anterior, vienen de una suba anterior que ahora apenas se corregiría. Y lo que no hace García es atacar el fondo del problema que son los compromisos fujimoristas de comprar el crudo nacional a precio internacional. Pero ya “La República” está festejando el primer sol ahorrado con la política petrolera del APRA.

Tampoco es claro cómo se podrán evaluar tantos maestros y alumnos en tan poco tiempo; con qué pauta técnica; cuántos equipos de evaluación se pueden formar en unas cuantas semanas; qué se quiere sacar en claro, cuando se sabe que la educación está sumamente deteriorada; qué se hará después de que una mayoría de profesores y alumnos salga desaprobado; etc. Pero ya tenemos diarios que están hablando de una revolución educativa.

Y no se diga nada de la pena de muerte, ese toque siniestro que nos ha traído el cambio de gobierno para poner en primer plano los sentimientos más primarios de una sociedad acosada por la inseguridad y herida por la violencia cotidiana. Como él sólo sabe hacerlo, García le ha puesto título de urgencia a una propuesta que supone un mínimo de un año para aprobarse como reforma constitucional (dos segundas legislaturas) y otros dos años para que la Corte de San José se pronuncie por su no admisión, y haya que decidir entre continuar en la Corte sin pena de muerte o viceversa. Una urgencia para tres o cuatro años, sólo tiene sentido cuando el presidente se está acelerando y necesita tener más anuncios para seguir sorprendiendo a la gente.

Pero eso acaba mal, Alan, tu lo sabes.

20.09.06

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