martes, diciembre 12, 2006

El muerto del que todos hablan

El tirano jugó los últimos años de su larga vida a burlar la justicia que iba cercándolo cada vez más y nunca llegó a sentenciarlo.

Desde la detención en Londres, el viejo general descubrió que se había acabado su tiempo y cambió su objetivo: no dejarse condenar por sus crímenes y morir en algún momento en la ambigüedad en la que pudiese decirse que ningún juez lo encontró culpable.

Claro que el hombre que tenía tanta familiaridad con la muerte de los otros, sufría a su vez de pánico de enfrentar la suya propia. Por eso se moría de a pocos y no terminaba de morirse.

Y creía que sus medias muertes podrían sacarlo del marasmo de sus decenas de juicios y causas pendientes.

Todo caía delante suyo: inmunidades, impunidades, respeto por sí mismo y por sus familiares. Todo con tal de evadir la justicia y demorar la muerte.

¡Cuánto crece su rival que enfrentó de pie su hora histórica, frente al general asesino fingiendo demencia, hospitalizándose el día del juicio, haciéndose el tonto cuando le descubrieron las cuentas millonarias en el extranjero, echando culpas a Conteras que nunca hizo honor a su apellido...

Pinochet no fue sólo un genocida y un corrupto, sino sobre todo un cobarde que jamás asumió un verdadero riesgo:

· se plegó al golpe a último momento, porque se dio cuenta que no podía evitarlo, y desde allí se convirtió en el peor de todos los golpistas;

· no sabía que hacer con la economía después de Allende, y la entregó al control de los alumnos de Milton Friedman;

· no pudo detener el apetito de la burguesía que hizo de ese país uno de los más desiguales del mundo, aprovechando la cobertura del autoritarismo, y convirtió a los pobres chilenos en invisibles, y se contentó con que le dieran su premio en dinero por los servicios prestados;

· no fue capaz de asumir los costos de su derrota en el referéndum de 1988, y se aferró a la jefatura del ejército por diez años para protegerse de la democracia;

· no tuvo un solo gesto de dignidad o patriotismo, cuando los españoles ordenaron detenerlo, y se quedó dos años en las prisiones inglesas;

· se respaldó en las debilidades de la Concertación gobernante para tratar de conservar un puesto de senador e intocable, hasta que algunos jueces valientes empezaron a romper los muros que lo protegían.

Este es el muerto por el que lloran las señoras rubias (aunque lo sean con su propio dinero) en las calles de Santiago. Los momios están de duelo por su salvador, su protector y el que no se hizo bola para matar a 6 mil chilenos del otro lado de las vallas sociales y políticas, a pesar de que dicen que no hubo resistencia.

El muerto que celebran los que lo sufrieron en la cárcel, la tortura, el exilio, los familiares muertos y desaparecidos, el “éxito económico” que se olvidó de las mayorías.

El hombre que dividió una nación un 11 de septiembre y que la mantiene escindida 33 años después. Una división que –a su manera- también existe entre nosotros.

12.12.06

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