martes, diciembre 19, 2006

La muerte

Dicen que agarraron a 12 senderistas a algunos kilómetros de donde fue atacada la patrulla policial acribillada el último domingo. Y Alan García está pidiendo que el Congreso se apure en producir enmiendas al Código Penal para aplicar la pena de muerte. Seguro que si hubiéramos estado fusilando terroristas las semanas anteriores no se habría producido la emboscada a los policías y trabajadores del ENACO. Eso es lo que nos quiere decir el presidente.

También sugiere que si Morales en el 78-80, cuando Sendero hablaba de tomar las armas, o Belaúnde 80-81, cuando se colgaban perros y se quemaban cédulas electorales, hubieran tenido pena de muerte, seguro que él no habría tenido que dar órdenes de arrasar en los penales o de tapar a los militares que operaron en Cayara. Agustín Mantilla hubiera sido mucho más útil en otras cosas en vez de tenérselas que ver con el chito Ríos y la banda del besito, que algunos llaman comando Rodrigo Franco.

¿Qué les falló a los gobiernos de los 70 y los 80 que permitieron que Sendero llegara hasta donde llegó? Elemental. Determinación para fusilar cuando todavía era tiempo. Porque después, cuando el arquitecto y el propio García se lanzaron a realizar cada uno su propia matazón, no dio resultado. La receta funcionó al revés. Cada senderista que se tiraban después de preso era un héroe de su partido y había más personas dispuestas a seguir su ejemplo.

Pero ¿qué cosa es matar a tiempo?, ¿fusilar a los 12 capturados para que sus compañeros aprendan?, ¿decretar que si se captura a Alipio, Artemio, Raúl o cualquiera de los últimos mandos de Sendero que aún quedan en la selva se les pasará por las armas, hará que cesen las emboscadas?, ¿no estarán buscando los famosos remanentes un salvavidas que los saque a flote y los vuelva otra vez al primer plano, una cosa por ejemplo como un Estado que los cree tan importantes como para lanzarles la pena de muerte?

Los que como García proponen el paredón para todo uso, ¿están transmitiendo la idea de que encabezan un Estado fuerte que sabe lo que hace, o más bien se están mostrando como la viva imagen del que se mueve en la oscuridad y golpea para cualquier parte?

Ese es el verdadero problema. La solución mortícola que las tribunas aplauden, por ahora, como reflejo de su propio miedo, tiene una mecha extremadamente corta que se agotaría con los primeros disparos.

Justamente en la Constitución de 1979, aquella que iba a restituir García si salía elegido, se eliminó la pena de muerte (salvo para casos de traición a la patria en tiempos de guerra), como reflejo del cambio de ánimo del país después de una serie de ejecuciones durante el gobierno militar, tanto con Velasco como con Morales Bermúdez. En ese momento el Perú estaba corrido hacia las expresiones más progresistas del mundo en las temáticas de derechos democráticos y sociales.

Hoy García es un prototipo de político conservador, autoritario, macartista, elemental en sus propuestas, bajo presión de la derecha periodística, etc. Entonces se encuentra con que cinco policías jóvenes y otros tres civiles son acribillados sin ton ni son en una carretera de la selva. Y no se detiene a preguntarse ¿qué pasa aquí?, ¿quiénes son los que atacan?, ¿qué buscan?, ¿con cuánto poder cuentan?, ¿tiene sentido que el narcotráfico pague una guerrilla para atraerse a la represión sobre su territorio?, ¿cómo se explica una guerrilla que ataca una vez al año, mata y desaparece?, ¿quién está ganando con todo esto?

Todo esto está pendiente de explicarse. Pero García se pone de pie frente a una mesa, rodeado de ministros cada vez más secretarios de sus impulsos, de la señora Cabanillas y del alcalde Lima, y decreta que aquí lo que se está demorando es la pena de muerte. Es decir, como presidente, es la muerte… porque hace girar al país, al gabinete, al Congreso, a las fuerzas armadas y la policía, a las instituciones judiciales, en torno a la cosa que se le ocurre y que porque él la dice resulta importante. Y eso es lo que está pasando.

19-012-06

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