jueves, enero 27, 2011

La confusión como estrategia electoral

En el CADE de noviembre del 2010, en Urubamba, Cusco, tres candidatos (Alejandro Toledo, Luis Castañeda y Keiko Fujimori) acudieron a ratificar ante los empresarios que de llegar al gobierno, el actual modelo económico se mantendría sin variaciones, aunque cada uno de ellos le agregó alguna preocupación por la pobreza y la dirección del gasto social, de lo que también se habló en anteriores elecciones.

Sólo Ollanta Humala llegó ante un público que le era hostil, o cuando menos distante, para decirles que había que variar la lógica del crecimiento y la redistribución social.

La recuperación para el Estado de los recursos naturales, para orientar su explotación racional, y de la infraestructura básica; la reforma tributaria para que paguen más los que más tienen y para que los períodos de sobreganancias extractivas sean compartidos con el país a través de impuestos extraordinarios; la revisión de los contratos lesivos para el país y la derogatoria de la Constitución fujimorista que ha servido de marco para la desnacionalización de la economía, la desigualdad social y la corrupción. Estas tesis fueron escuchadas en silencio pero con respeto por los asistentes.

Algunos pensaron seguramente que estos temas iban a dominar la campaña que comenzaba y que el país iba a escoger claramente entre la continuidad del crecimiento aparentemente seguro basado en inversiones extranjeras y precios altos de materias primas en el mercado internacional, y el giro hacia una economía con mayor intervención del Estado en la planificación del desarrollo, la inversión y un nuevo reparto de la riqueza que reduzca las brechas sociales.

Desorientación

Después de todo este era el debate que quedó de la elección anterior que se cerró entre 52% para todos los partidos del sistema que votaron por Alan García en segunda vuelta, y 48% para el candidato antisistema que había subrayado la urgencia del cambio.

Ya van más de dos meses desde la Conferencia de Ejecutivos del Cusco y estamos metidos en plena campaña con once planchas presidenciales que mantienen su inscripción y un número aún mayor de listas parlamentarias que están terminando de conocerse en estos días.

Sin embargo si alguien preguntara a cualquier ciudadano en qué consiste la controversia electoral es casi seguro que le respondería con un gran signo de interrogación. Como si lo que se dijo ante los representantes del capital no fuese lo que hay que comunicar a la gente, los candidatos de la continuidad ya no hablan de seguir en lo mismo o reclaman alguna paternidad (o maternidad), en lo que ha estado pasando durante cinco años.

Toledo ha vuelto a ser el de la campaña del 2001, cuando se olvidó del demócrata y el anticorruptor del año anterior, y se convirtió en el rey de las promesas: aumentar a los maestros sin afectar la caja fiscal; no permitir que suban los precios en los mercados, sin interferir la libertad económica; facilitar la “unión civil” de personas del mismo sexo, pero sin llegar al matrimonio gay.

Sí pero no, como durante todo su gobierno, cuando prometió no privatizar y chocó con Arequipa por la privatización de las empresas eléctricas; reformar la “maldita SUNAT” y la dejó igualita; duplicar el sueldo de todos los maestros y sólo lo hizo para los que ocupaban la escala más baja; etc.

Obviamente si puede repetir la faena de ofrecerse como de “centro izquierda”, para luego llamar a Kuczynski o alguien parecido para que le maneje la economía, es porque confía en que nadie hará recordar lo que fue el Perú de comienzos de la anterior década.

Se cae el mudo

Castañeda, en cambio, quiere que se fijen en el hombre de las obras. Alguien le ha dicho que el Perú desconfía de las promesas, pero se rinde ante los puentes, las pistas, los hospitales o las escaleritas para subir a los cerros.

Este es todo su debate, con el que oculta su trayectoria política al lado de Fujimori (presidente de la Seguridad Social) y sus cercanías con Toledo y García desde la alcaldía de Lima.

Su programa encaja sin mucho trámite en el reciente Decreto de Urgencia 001, de Alan García, que apunta a abolir controles de gastos y regulaciones ambientales y sociales, para que las inversiones, las asociaciones público-privadas (el Estado pone la plata) y las concesiones se multipliquen como hongos.

La entraña autoritaria, privatista y corrupta, del plan Castañeda, no ha sido puesto aún en la picota. Y si al mudo le está yendo de bajada en las encuestas es porque el país espera mucho más que silencios y fotografías de su gestión limeña.

Keiko, por su lado, apuesta al asistencialismo de los pobres. Su estrategia es erosionar la esperanza de cambio que movilizó a los sectores populares tras Humala, con la oferta de un gobierno regalón que “se acuerda de los pobres”, bajo el modelo de los años 90.

Esta es también una propuesta de no debate. No sólo por lo elemental de los razonamientos políticos de la candidata, sino porque ahora, como antes, el fujimorismo consiste en no explicarse y que la gente entienda lo que quiera de ellos, pero que encuentre algún beneficio de apoyarlos.

Gran Prueba

Para el nacionalismo es una gran prueba pelearle los pobres a los Fujimori, lo que en sustancia implica definirlos en torno a una opción desmovilizadora que les ofrece ayudarlos desde las alturas del poder y que les está ofreciendo regalos desde ahora, y otra que los llama a impulsar el cambio de modelo económico y de políticas, y un nuevo esquema de poder.

¿Pero realmente Ollanta Humala está trasmitiendo un mensaje contra la demagogia toledista, el pragmatismo castañedista y el populismo fujimorista?, ¿qué se está entregando como alternativa a esas orientaciones?, ¿hay un problema de desperfilamiento como indican varios analistas que ven a un Ollanta distinto al de hace cinco años, y podría decirse al de noviembre del 2010?

La preocupación tiene su razón de ser, porque la falta de polaridad en la actual campaña, no sólo viene de los esfuerzos de los candidatos de derecha por colocarse las máscaras de la confusión, sino por ese extraño afán del “candidato diferente”, por querer borrar obsesivamente las imágenes perversas que sus adversarios han hecho sobre él (antisistema, chavista, estatista), creyendo que puede reubicarse en el escenario con una nueva imagen menos agresiva, y hacer esto sin perder influencia en su base natural que precisamente le reclama combatividad.

Debate esencial

De esta forma se está perdiendo un tiempo valiosísimo para que la propuesta del CADE (y que está básicamente contenida en el Plan de Gobierno), sea desarrollada por el candidato ante el pueblo y en directa confrontación con sus adversarios. Para vencer a la confusión, se requiere claridad y contundencia.

El Perú quiere un debate de verdad sobre los puntos claves que van a decidir hacia dónde iremos los años siguientes: seguiremos dependiendo de los precios de las materias primas, o construiremos una nueva economía agraria-industrial, que nos reubique en el mundo; mantendremos un Estado débil que se somete a la gran inversión y recibe lo que ella quiera darle, o construiremos un Estado activo en la economía, en la inversión, la regulación y la redistribución social; seguiremos a la cola de América Latina en educación y salud, o cambiaremos las prioridades de la recaudación y el gasto para lograr la mayor cobertura de estos servicios con la más alta calidad; mantendremos la constitución neoliberal o sacaremos adelante con el poder constituyente del pueblo nuevas reglas económicas y políticas para un nuevo país.

El candidato de la honestidad debe volver a ser el de la esperanza. Eso hace la diferencia. La indefinición sólo conduce a aumentar la confusión.

28.01.11
www.rwiener.blogspot.com

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