sábado, marzo 05, 2011

El Estado como botín

Al principio pensé que era un error de concepto, cuando Alejandro Toledo justificaba sus 16 sueldos anuales de 18 mil dólares, instaurados como primer acto de su presidencia, con el argumento de que él se había fajado por la democracia, que era más o menos como decir que los demás debíamos admitir que sus esfuerzos merecían una cierta tolerancia. Pero repitió lo mismo para responder a las críticas por el primer viaje a China, que tenía algo de paseo de todo el barrio que invitan los vecinos que se hicieron ricos, pero en avión presidencial y con escalas en la mitad del mundo, con hermanos, primos, sobrinos, novias y demás miembros de la corte.

Y lo volvió a decir cuando a su sobrino Coqui lo acosaba la prensa para saber de qué mérito se había valido para pasar de vendedor de anticuchos en las calles de Nueva York, a funcionario de cómputo en Palacio con un salario de 5 mil dólares. Obviamente el chico había alcanzado esta ubicación fajándose por la democracia. Aunque, por si hubiera dudas, saltó por ahí una funcionaria de Naciones Unidas para acreditar que ella le pagaba el sueldo como una contribución a la transición que vivíamos los peruanos, así que por la plata no había que quejarse. Y siguió aplicando el principio para otros casos, al punto que como muchos otros me convencí que nos estaban cobrando sus servicios del 2000, que con todas sus contradicciones nos llevaron a la caída del dictador, y lo hacían porque ese no era su plan original y creían que se les debía recompensar por el trabajo extra.

Pero con el tiempo fui más allá en mis conclusiones. En realidad las elecciones del 2001 ya no formaban parte del ciclo de democratización que se abrió en la primera vuelta del 2000, llegó a su cima en los Cuatro Suyos y culminó con la instalación del gobierno provisional de Paniagua. Desde ahí, toda la clase política y en primer lugar Alejandro Toledo, mataron el impulso democratizador y nos dijeron que eso que teníamos ya era la democracia y la limpieza moral prometidas. No fue entonces a la manera de Belaúnde en 1980, que creyó que el 28 de julio era equivalente al 4 de octubre de 1968, el día después del golpe, porque para él no había pasado nada. No. Toledo, García, Flores y otros, no regresaban en la historia, sino que continuaban con la que veníamos viviendo. Por tanto, el “cholo” no quería festejar hasta el delirio la democracia recuperada, sino la habilidad con la que se había quedado con el poder enfrentando a varios lobos con mucha mayor experiencia.

Para entender esto basta mirar los temas del debate del 2001, para comprender que la campaña de Toledo en ese año ya no tenía nada que ver con el fajazo por la democracia del año anterior. Como no lo tuvo su gobierno, cuya estrella económica, Pedro Pablo Kuczynski estuvo haciendo negocios con la dictadura hasta sus últimas horas, ya que fue uno de los postores y ganadores de la privatización del aeropuerto. Y menos lo tiene la actual campaña electoral. Que si la gana se volverá a sentir –con su séquito al lado- con derecho a tomarlo todo. Ese es el problema del “cholo de Harvard”, que no se remite a que sea un borrachoso que se perfuma para esconder el tufo, ni siquiera a que lo hace con la plata de los contribuyentes. Sino que entiende el Estado como un botín, de los que sepan apoderarse de él.

07.03.11
www.rwiener.blogspot.com

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