lunes, mayo 02, 2011

El poder que cae de maduro

En esta semana en que se conmemora el día del trabajador he escuchado varias veces, que la situación de las organizaciones de los trabajadores, sigue siendo lamentable y que se continúa cargando el peso de los retrocesos impuestos en la década de los 90. Ampliando la perspectiva se menciona que no hay un movimiento popular activo en un momento en que se está jugando el gobierno y la derecha está moviendo todo su poder para cerrarle el camino a una alternativa de cambio.

Esto nos lleva hasta la paradoja clave de la actual circunstancia: estamos a punto de conquistar un gobierno popular, sin movimientos populares fuertes que lo sustenten. ¿Cómo puede ocurrir algo así? Lo que está claro es que no venimos de un ascenso largo y profundo que se corona en el poder, como podía haber sido la experiencia chilena de Allende y hasta cierto punto la victoria de Evo Morales en Bolivia. En el Perú lo que hemos tenido es una defensiva dilatada, matizada por agudos e intermitentes conflictos sin continuidad, que no han podido variar la relación de fuerzas, avanzar las principales demandas sociales y restituir los derechos conculcados.

Casi que se podría decir que en el país, la necesidad de un nuevo gobierno que escuche la voz del pueblo y permita resolver los puntos básicos de los reclamos, deviene del bloqueo total al diálogo más elemental para escuchar a la otra parte de los peruanos y de la represión brutal a las movilizaciones. Entonces por no ceder nada y por creer que siempre se puede maniobrar en las elecciones, valiéndose de Alan García, Keiko Fujimori y la guerra sucia, para engañar al pueblo, se ha llegado a un ´punto de giro en el que las derechas podrían terminar perdiendo lo que les es fundamental: el control del poder político. Es comprensible porqué es que están tan irritados y a punto de salirse de todas sus reglas.

El sistema que se construyó desde 1992 en el Perú, es una sociedad del poder político y económico, sin sindicatos y organizaciones autónomas, sin derechos básicos y con la voluntad social quebrada por la represión y el clientelismo. La democracia de los 2000 ni siquiera intentó desmontar esto para no pelearse con el gran capital. Y si algo hizo diferente fue reducir el monto de los programas asistenciales para reducirle el costo a las empresas, lo que le ha entregado la bandera que hoy agita la restauración naranja. Pero si algo comparten los gobiernos de los 90 y 2000, es el mito del modelo intocable, de la Constitución y sus instituciones inconmovibles, de los medios que definen lo que debemos creer y lo que debemos temer, y de los candidatos que no se pueden elegir. Basta ver el abrazo PPK-Keiko, para entender cómo es esto.

Ollanta Humala tiene el indiscutible mérito de haber encendido una esperanza de cambio en la relación entre el poder y los sectores excluidos y oprimidos, a los que el fujimorismo trató con la punta del pie, y la transición democrática burló desde el poder. Y tiene el adicional de haber mantenido su proyecto durante cinco largos años y haberse colocado al borde del poder, contra viento y marea. No es por gusto que suscita tanto odio y tanto miedo, a pesar de sus esfuerzos de apaciguamiento. Es la conciencia sucia de los que saben que esto tenía que ocurrir y quieren evadir el destino una vez más. Juegan con fuego. Porque si en este país no hay cambio democrático y ordenado como el que propone del nacionalismo, la pradera se puede incendiar.

1.05.11
www.rwiener.blogspot.com

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