domingo, febrero 26, 2012

El fin de los polos rojos

Porque mi patria es hermosa/
como una espada en el aire,/
y más grande ahora y aun/
más hermosa todavía,/
yo hablo y la defiendo/
con mi vida./
No me importa lo que digan/
los traidores,/
hemos cerrado el pasado/
con gruesas lágrimas de acero./
El cielo es nuestro,/
nuestro el pan de cada día,/
hemos sembrado y cosechado/
el trigo y la tierra,/
y el trigo y la tierra/ son nuestros,/
y para siempre nos pertenecen/
el mar/
las montañas y los pájaros.

Javier Heraud
“Palabra de Guerrillero”

La voz del comandante Ollanta Humala retumbó fuerte con las palabras del poeta que murió joven acribillado a balazos por defender sus ideales, mientras se dirigía a la multitud de polos, camisas, chompas y ponchos rojos que cubrían el amplio espacio dela Cooperativa Huancayo, en el distrito de El Agustino, que era un terreno cercado sin construcción sobre el cual se habían levantado los estrados para celebrar los diez años de la llamada gesta de Locumba, el acto de iniciación política de los hermanos Humala y el comienzo del nuevo nacionalismo peruano. Serían unas dos mil personas, una parte de ellas traídas desde provincias y que lucían orgullosas vestimentas serranas y selváticas, y muchos otros trasladados en buses desde los barrios populares de Lima y cuya movilización en hora punta generó un inmenso congestionamiento en los alrededores.

Pero ahí estaba Ollanta más radical que nunca, vitoreado a cada frase denunciando la corrupción y la grave crisis moral que atravesó a las fuerzas armadas en los días del levantamiento del sur. Imbuido de un sentido de historia recordaba a todos que en el año 2000, en medio del desmadre fujimorista, alguien preguntó si había un general para sacar al país de la crisis; como no hubo respuesta, preguntó si algún coronel se haría cargo de salvarnos; y antes de la tercera pregunta que iba a ser si había algún comandante con todas sus partes bien puestas, Ollanta decidió levantarse. Y desde entonces el Perú tenía un nuevo actor político que era visto con desconfianza por la derecha y la izquierda, pero que conquistó muy rápido el cariño de los pobres y olvidados del país que lo adoptaron como un líder diferente con el que podían abrazarse.

El 29 de octubre de 2010 en la Cooperativa Huancayo se podía ver la materia del nacionalismo: puros pobres y muy pobres a Humala, salvo en los estrados donde estaban los dirigentes e invitados. Un mitin normal de la izquierda era mucho más plurisocial y marcado por presencias de universitarios y profesionales de los barrios consolidados de la gran ciudad que aquí no se veían. Nada o casi nada había en común con las manifestaciones izquierdistas clásicas y las masas nacionalistas. No se trataba de un trasvase de militantes, salvo casos individuales, especialmente en la dirigencia y los asesores intelectuales, y lo evidente era que si bien los partidos de izquierda conversaban cada vez mejor con Ollanta, sus militantes de base no sentían ni siquiera curiosidad por mirar en directo el fenómeno de radicalidad que emergía bajo el liderazgo del exmilitar.

La referencia a Heraud no era pues un guiño a unos comunistas, socialistas o caviares, que estuvieran esperando algo de su parte; ni el rojo del evento era un disfraz para confundir a nadie; y lo mismo podría decirse del discurso de Ollanta Humala desde los viejos tiempos de Locumba, con sus exigencias nacionalizadoras, moralizadoras y justicieras, que no habían emanado de los textos de izquierda sino de una singular formación familiar y de una lectura del Perú de los 90. El nacionalismo era a todas luces un fenómeno político-social nuevo y difícil de comprender. Para algunos era un remake de Velasco; para otros una repetición de los fenómenos de masas de Fujimori y Toledo, pero un poco más a la izquierda; para la izquierda un competidor inesperado que abría el espacio político y a la vez le mermaba las bases que consideraba propias. Cada quién tenía su lectura del caso, pero en general las visiones tendían a no entusiasmarse demasiado con quién no parecía muy dotado para la teoría y cuyo partido era una mazamorra de distintos intereses personales y de grupo sin un elemento ideológico que los unifique salvo la presencia de un líder con potencialidades electorales.

En la Cooperativa Huancayo, Ollanta Humala tenía a su espalda una fracción de intelectuales procedentes de la izquierda, que estaban desconectados de las organizaciones subsistentes, y que para muchos, y para ellos mismos, apuntaban a ser la vitrina de potenciales hombres y mujeres de gobierno en una eventual victoria de Ollanta Humala. En octubre del 2010 no había una alianza visible de la izquierda y el nacionalismo que recién se produjo en diciembre después de muchas tensiones, y todavía se estaba bajo el eco de los resultados regionales y municipales en los que cada quién había corrido con sus propias banderas y tenía su propio balance sobre las fuerzas que se habían mostrado en el terreno. La victoria en Lima alteró las perspectivas de Fuerza Social y el MNI sobre su real fuerza y sobre el tema Ollanta. Y lo mismo se repitió en varias regiones donde algunos movimientos regionales se consideraron dueños de un fuerte paquete de votos. Por eso el acto sobre Locumba era sólo del nacionalismo, aún cuando hubiera invitados de varios partidos. Todo el mundo se preparaba para una elección en la que la izquierda haría un mejor papel que el 2006, pero en la que de nuevo no estaría en juego el poder, sino la cuota de poder que cada quién dispondría después de los resultados.

Sólo Ollanta planteaba la elección con un solo objetivo: ganar la presidencia, seguro de que si no alcanzaba la meta, su proyección política disminuiría drásticamente. Pero mientras en El Agustino se alistaba la espada para disputarle el poder a la derecha y realizar la prometida “gran transformación”, en otro lugar de Lima, en un hotel donde nunca circularán los ponchos ni los polos rojos, ya estaban instalados los asesores llegados de Brasil con el encargo de preparar al candidato Humala para ganar las elecciones. Y lo que menos les preocupaba era cuanta gente se había reunido esa noche, ni que gritaban, ni qué cosa les prometió el candidato.

Su tarea era convencer a Humala de que debía convertirse en otro, para poder ganar las elecciones y llegar a ser el gobernante del Perú. Estaban analizando una oferta económica de DATUM para realizar una encuesta a nivel nacional para determinar las fortalezas y debilidades del candidato y que ellos ya sabían que diría que el Ollanta radical tenía un tope que no le permitía ganar las elecciones. Empezaba la hora de la profesionalidad de campaña que iba a poner de lado al poeta, a los sueños transformadores y a la vestimenta roja del nacionalismo.

La izquierda todavía no había llegado a ningún acuerdo con Humala, pero sus asesores extranjeros ya estaban convencidos que una de las necesidades del proceso iba a ser ir separándose de la imagen de aliado de los izquierdistas que se había forjado con el tiempo.

Febrero 2012
www.rwiener.blogspot.com

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