Eran casi las 11 de la noche cuando me entregaron el
micrófono para decir las últimas palabras del “Encuentro de amor por la vida”,
que llevaba además el nombre de Reconocimiento a este modesto servidor, y de
pronto me encontré frente a un auditorio donde más de 400 personas habían
permanecido hasta el final de una actividad de casi cuatro horas.
Antes de mí habían participado algunos de los más valiosos
artistas peruanos, no sólo excelentes como músicos sino como hermanos
solidarios: Renzo Gil, Julio Humala, Daniel Kiri Escobar, Jesús Palomino, Leo
Casas, Los hermanos Collazos, Manuel Silva “Pichincucha”, Octavio Santa Cruz, Angélica Harada Princesita de Yungay, Margot
Palomino (organizadora del encuentro).
También había hecho uso de la palabra el maestro César
Lévano con una semblanza del homenajeado que me emocionó profundamente. Nunca
olvidar que con su enorme vitalidad de 86 años, Lévano es el puente que se ha
construido entre los artistas nacionales más legítimos y el periodismo
independiente y peleador del que es portaestandarte y yo un discípulo y
seguidor.
Todo este plantel de lujo, al que se agregaron las zampoñas
de San Marcos como plato de cierre después de mis palabras, era demasiado. Pero
también lo era el público que esperó
ordenadamente que se abriera la sala que había estado ocupada por otro evento,
y en el que habían muchos amigos de los antiguos y de los nuevos, pero también
personas con las que nunca me había visto pero que me siguen en el diario y en
el programa de radio en el que participó diariamente de 5 a 6 de la tarde, y
que siguieron en sus butacas hasta que culminaron las presentaciones.
Como nunca, confirmé que este oficio aparentemente solitario
de hombre de prensa, construye lazos invisibles y fuertes con muchas personas. La circunstancia de que el
año anterior fuera atacado por una grave enfermedad que me postró durante
varios meses (en los que no dejé de escribir cada día), ha funcionado como un
resorte para que tanta gente se encuentre una larga tarde y noche de viernes
por puro amor a la vida.
Mis lectores se imaginarán
la inmensa deuda de gratitud que he adquirido con los participantes de
este acto. Y, como lo dije en mi intervención final, una sensación de sanación
me recorrió el cuerpo al recordar que en el mismo auditorio Horacio Zevallos,
de la Derrama Magisterial, estuve siete años atrás, cuando se presentó mi libro
“LAP: un fraude en tres letras” y estaba en las vísperas de ser operado del
primer cáncer que me afectó, y dije que me estaba despidiendo para volver.
Pues bien, esta noche de música y alegría, lo que me parecía
es estar retornando por la misma puerta de ese tiempo de enfermedades que me
tocaron en suerte, para abrazarme con mucha gente querida que desea que regrese
al mundo de los sanos. La vida puede a veces ser dura e injusta y cortar los
planes que tenemos para ella, pero también puede darnos momentos de ternura
total como los que viví este 1 de febrero.
Comprenderán que no era posible para mí dejar de dar un
testimonio sobre estos hechos, sobre
todo porque ahora estoy seguro que si hay una medicina que no falla y no se
falsifica esa es la amistad.
03.02.13
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