domingo, junio 16, 2013

La depresión de Fujimori

Lo que más deprime a Fujimori en la DIROES no son las condiciones carcelarias ni el pronóstico médico, sino la contradicción que existe entre la imagen que el hombre se ha hecho de sí mismo, y su realidad cotidiana. Nos referimos en primer lugar a su absoluta convicción de que él era el más sapo, capaz de engañar a todos, y haber creído como el más ingenuo que el regreso público al Perú, vía Chile, le podía resultar exitoso.

¿Cómo es que el bandido mayor de la política peruana pudo ser tan tonto como para abandonar una protección tan potente como la japonesa y una vida cómoda como la que tenía en el país de sus ancestros, para terminar preso, enfermo y como máximo dando pena a algunas personas? Fujimori no debe reconocerse en su actual situación. Sobre todo porque pudo evitarla.

Se puede especular en lo que podía haber pensado el exdictador cuando toma vuelo a comienzos de noviembre de 2005, poco tiempo antes de que se cerraran las inscripciones para participar en la contienda electoral del año siguiente. Hay un paralelo evidente con lo que hizo García el 2001, cuando regresó al país para postular a la presidencia y todavía tenía pendiente una requisitoria por enriquecimiento ilícito.

Pero, como está registrado en documentos, Alan García negoció previamente con Toledo y el gobierno de Paniagua para lograr una norma especial para declarar prescrito el caso y tomó las precauciones necesarias para evitarse una patinada a su regreso (lo que no impidió que saliera a luz el video Mantilla-Montesinos, por esas mismas fechas). En Fujimori no se aprecian estas precauciones como si sus cálculos hubieran sido otros.

¿Se confió en el gobierno chileno y no intuyó que terminaría en manos de un Poder Judicial con demasiada independencia del factor político?, ¿creía que en Lima le facilitarían el regreso?, ¿pensaba que su presencia generaría una crisis política que llevaría a arreglarle sus demandas jurídicas? Cualquiera haya sido la hipótesis lo obvio es que no se esperaba el resultado que finalmente se produjo.

Y esto, por supuesto, lo tortura cada hora en la DIROES, no importa si puede pintar, escribir o grabar mensajes pidiendo que lo suelten. No interesa el número de visitas que recibe o el trato médico esmerado que recibe. El Fujimori que nos la hizo con el cuento del chinito humilde y estudioso, que nos contó el cuento del no shock, que nos organizó un golpe con generales y empresarios, que nos metió la amnistía al Grupo Colina por los palos, que descabezó al Tribunal Constitucional, que engañó al MRTA en el asunto de los rehenes, que impuso la re-reelección, que fingió que perseguía a Montesinos, y que se escapó en plena crisis política, es también el que aterriza en Santiago para terminar preso.

¿Se dan cuenta porque le es tan difícil arrepentirse de sus crímenes o sentir alguna compasión hacia sus víctimas, y cómo es que puede ser tan cínico como para declarar que su allanamiento a las acusaciones de corrupción se hizo porque de todas maneras iban a condenarlo? Estas son, claramente, expresiones de una personalidad distorsionada que no puede asimilar la idea de haber errado tan profundamente en algo elemental.

No hay dudas que ese conflicto entre la imagen del astuto que actúa como tonto, se proyecta a la del otrora poderoso que ahora está confinado, del antes hermético que ahora clama a gritos que le hagan caso, del tramposo al que no le salen las trampas, etc.

Si a todo esto le llaman una depresión que podría empujarlo hacia sentimientos suicidas, entonces estamos de acuerdo y no hay nada que hacer frente a ello, salvo ciertas medicinas y cuidados médicos. Porque lo que queda a la vista es que lo único que podría recuperar el ánimo de Fujimori y regresarlo a cómo era, sería devolverlo a la presidencia con toda la corte de adulones que ahora están en torno a Keiko y Kenji, permitirle llegar hasta sus fuentes de dinero (viaje a Europa y Japón) y aceptar que después de todo eso pueda sentir la sensación de bienestar que le suscita cada vez que logra engañar a la población.

Como esa terapia es imposible, tenemos en Ate a un prisionero de doble nacionalidad peruano-japonesa, afectado de un sentimiento de impotencia que es casi imposible de conjurar. Nakasaki ha llegado a decir que sería mejor que Humala cogiera un cuchillo y despachara de una vez al otro mundo al exdictador. Y los hijos lo han llamado inhumano por establecer que las condenas se cumplen, nada más.

Si el indulto hubiera procedido, la depresión se hubiera curado casi automáticamente, pero el mensaje hubiera sido nefasto. Hubiera querido decir que aquí la condición política del reo rebaja la gravedad de los delitos. En otras palabras que podemos conciliar con el violador de derechos humanos y el corrupto, si este tiene la suficiente presión mediática y parlamentaria para imponerlo.

Es un mérito de Ollanta Humala no haber cedido. Me alegra poder decirlo. Una satisfacción entre muchas decepciones.

16.06.13
www.rwiener.blogspot.com

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