miércoles, agosto 21, 2013

El VRAEM después de la repartija

Se le pasó el cuarto de hora al presidente Humala para aparecer como un líder antiterrorista. Lo confirma la última encuesta de IPSOS, posterior a la muerte de “Alipio” y “Gabriel”, que acentúa la caída de popularidad (25 puntos de febrero a agosto) y lo coloca por primera vez debajo del 30%.

Tras la captura de Artemio, efectivamente Humala intentó proyectar liderazgo por lo menos en un campo que le era conocido, pero los fracasos del VRAEM le borraron rápidamente la sonrisa. De ahí que cuando fue informado del caso de los senderistas de Llochegua decidió encararlo personalmente.

La manera como fueron atacados y terminaron su vida los jefes militares del Sendero del VRAEM indica que probablemente hubo una orden de actuar sobre seguro y no permitir que se escapen. Por eso parece ser que se decidió hacerlo explotar e incendiarse en la casa donde estaban descansando.

Eso fue la noche del domingo y el lunes los voceros oficialistas estaban comparando lo que acababa de ocurrir con la caída de Guzmán en 1992, lanzaban loas a la nueva estrategia e invitaban a los otros partidos a una especie de reconciliación con un gobierno que por fin tenía un triunfo en la mano.

Es evidente, sin embargo, que para la mayoría el tema del VRAEM se ha hecho distante y ajeno a sus preocupaciones cotidianas. Y el gobierno de Humala sigue tal cual después de la muerte de los subversivos. La falta de rumbo, el costo de las promesas incumplidas y la imagen de una presidencia débil a la que se imponen los grupos de poder, no varía con la muerte de “Alipio” y “Gabriel”.

Y la idea de un “acuerdo”, “tregua” o “acercamiento” entre las fuerzas llamadas de oposición y el gobierno, que el premier Jiménez estrenó hace unos días, tampoco da la impresión de producir el menor efecto en al ánimo ciudadano que sigue tan escéptico hacia el presidente como hacia el conjunto de la clase política, que se ha desgastado intensamente en los últimos meses.

La lectura de ciertos analistas en el sentido de que lo que causa la crisis política son los ataques de todos contra todos y que hay que ofrecerle al país una foto de los políticos abrazándose y declarando propósitos comunes, se pasa de ingenua y olvida rápidamente que el resorte que lanzó a miles de personas a las calles todo el mes de julio fue precisamente el de comprobar que sobre acusaciones muy graves de corrupción, los partidos podían pactar haciendo como que ignoraban con quién lo estaban haciendo.

Los peruanos están afectados no porque se investigue a García o a Toledo, sino porque estas y otras investigaciones no llegan a ninguna parte. El gobierno de Humala no está cuestionado por haber formado una Megacomisión sobre García o haberse negado a indultar a Fujimori, sino por no tener un proyecto de moralización del Estado. Después de las jornadas de julio, el gobierno tendría que hacer gestos no a sus compinches de la repartija, sino a los jóvenes y a los movimientos sociales que encarnaron la protesta.

Escuchar a García planteando que para dialogar se debe sacar a Tejada de la Megacomisión y Arbizu de la procuraduría, mientras el fujimorismo pide la cabeza de ministros, confirma que el sistema que estamos viviendo es el del toma y daca, que el país repudia pero que los políticos profesionales practican como si no supieran otra cosa.

Con toda su importancia, los recientes éxitos militares del VRAEM, no entusiasman porque están rebotando sobre una sociedad fatigada que presiente que se vienen tiempos duros y que detrás de discusiones confusionistas como la de si hay crisis o no hay crisis, se están anunciando amenazas reales contra los actuales niveles de vida y los derechos de los peruanos. Antes que acuerdos entre las cúpulas y desayunos con empresarios, la gente de a pie espera ser escuchada y tomada en cuenta.               

21.08.13
Columna de Wiener

Miércoles de Política Nº 8

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