martes, septiembre 03, 2013

Anticorrupción como rutina

Otra vez Mirko Lauer insiste en su manida tesis de que las investigaciones sobre corrupción de presidentes salientes responde a una rutina del poder que hace que los que recién entrantes se afirmen por lo malo que pueden decir o denunciar de sus predecesores. Así, a Fujimori no le interesaba un pito si Alan García había incurrido en corrupción, como a Toledo no le habría preocupado seriamente la de Fujimori y así sucesivamente hasta que llegamos a que Humala estaría cumpliendo el ritual con la megacomisión y la procuraduría de Arbizu.

No sabemos, por cierto, si lo que quiere decir Lauer es que los perseguidores son deshonestos con las razones que usan para perseguir que son básicamente políticas, y si de eso se deduce que las acusaciones sobre los perseguidos son necesariamente falsas. Si esta es la lógica, habría que empezar por anotar que Mirko cambia la historia cuando sitúa las investigaciones sobre corrupción de Alan García como una decisión de Fujimori tras el golpe del 5 de abril de 1992.

En realidad fue el Congreso de 1990-1992, el que le puso la puntería al García de los 80 y lo denunció por enriquecimiento ilícito al no haber podido demostrar el origen de los ingresos que utilizó para diversas compras inmobiliarias. Entre sus acusadores estaban Lourdes Flores, Rafael Rey, Ántero Flores, Fernando Olivera, Ricardo Letts, entre otros, que no eran fujimoristas. Que luego de ello, el recién estrenado como dictador se valiera del informe congresal para mantener a García en el exterior, por el temor de ser procesado, es algo muy distinto a decir que Fujimori o el Ejecutivo a su cargo fuera autor de alguna acusación.

Otra tergiversación curiosa de Lauer se produce cuando pretende que lo importante en tiempos de Toledo fue la,  llamémosle, venganza fujimorista por las acusaciones recibidas en los meses finales del gobierno naranja, que se habrían devuelto con denuncias a la clase política y al presidente para que todos quedaran igualados en el foso de la corrupción. Pero no es verdad, el fujimorismo casi se mantuvo en silencio ante su reemplazante, y fueron otros sectores: el APRA y la izquierda, los que mostraron varios pliegues oscuros del toledismo: el caso de las firmas falsificadas y el afán por doblegar a los testigos; el tema de la venta de las cervecerías fuera de los canales normales de oferta; las ventajas otorgadas al consorcio Camisea para la exportación del gas; los contratos de las interoceánicas; etc.

Estos no eran inventos, salvo en la cabeza de Toledo que se defendía diciendo que al nadie lo podía acusar de corrupción. Ya sabemos adonde terminó todo eso. Pero Lauer sigue: García no persiguió a nadie, y con Ollanta hemos vuelto ni más ni menos que donde Fujimori. Acusar a Alan es deporte nacional. Pero aquí no pasa nada.

03.09.13

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