sábado, diciembre 28, 2013

La caída retardada del almirante Cueto

La salida del almirante José Cueto de la jefatura del Comando Conjunto, que a su vez es el puesto de dirección de las acciones en el VRAEM, debería sorprender más por el tiempo que ha demorado en producirse que por el hecho mismo del relevo. Toda la primera etapa de la crisis del “operador montesinista” estaba evidentemente armada para tumbar al marino con aquello de que la sobrevigilancia de la casa de Surco estaba registrada como una supuesta protección a  su persona, lo que se convirtió en una opereta cuando varios generales de la Policía aseguraron haber recibido una “orden telefónica” del propio Cueto para que le brindaran el servicio.

Durante un año y medio, decenas de policías cuidaron la casa de la 2da. Cuadra de Batallón Libres de Trujillo, donde vivía Oscar López Meneses, pero donde reportaban estar custodiando al jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, al que nunca pudieron ver en persona, ni comprobar movimientos de automóviles y escoltas que pudieran dar a entender que se trataba de un oficial de alto rango. Todo lo cual, llevaba directamente a la pregunta de quién y por qué quería involucrar al almirante en un acto irregular que finalmente reventaría como escándalo. Cueto negó en todas las formas, hasta las más adjetivas, que hubiese tenido algo que ver con las órdenes bizarras de colocar una vigilancia aparatosa en casa de un expresidiario con la coartada de su propio nombre.

Pero, ¿cuál podía ser la motivación para poner en jaque al espada de honor de su promoción y hombre fuerte de la Marina de Guerra? Una sola respuesta aparece a la mano: no lo querían ni a él, ni a su institución a la cabeza del Comando Conjunto y al frente del VRAEM, lo que en versión de marinos consultados tenía que ver con el tema del narcotráfico y los vínculos que jefes del Ejército y la Policía han tendido con este fenómeno en la última zona de guerra que aún queda en el país. De ahí que los blancos cerraran fila con su jefe más antiguo (tiene aún un año de techo antes del retiro) y desoyeran al presidente Humala y al ministro Cateriano que le pedían dejar el cargo sin mayores tensiones, a la manera como se alejó Adrián Villafuerte. En la ceremonia de juramentación de Walter Albán como ministro del Interior, fue notoria la distancia entre Ollanta y Cueto, pero el hombre siguió en su puesto.

Recientes movidas en la Marina (se va de baja el almirante Pizarro, segundo en línea de mando), indicaban que el gobierno está buscando una nueva correlación con los navales, y que ya tienen la carta marcada para lograr un comandante general de directa confianza del presidente, pero que esto tiene sumamente inquietos al alto mando de la institución. Si se suma que en el Ejército no hay la supuesta alineación con el presidente que era de esperarse después de muchos relevos y nuevos nombramientos, y que en la Policía se ha instalado el síndrome López Meneses que hace sentir a los oficiales en riesgo de irse cualquier día a la calle, el cuadro militar-policial se muestra realmente áspero.

No sorprende que el APRA y el fujimorismo que hasta hace poco sugerían que Cueto era poco menos que un operador del “operador montesinista” (se habló de reuniones de Montesinos en casa de López Meneses), y con eso buscaban congraciarse con la policía que decían había sido ofendida por el presidente al indicar que habían elementos de corrupción, ahora están de solidarios con el saliente jefe del Comando Conjunto que habría sido una nueva víctima del gobierno. Un juego peligroso de usar descontentos militares y policiales en las disputas civiles.   

28.12.13

1 comentario:

Anónimo dijo...

No olvidar que durante el fujimorato, los mas sumisos a las ordenes fueron los de la marina, los que fueron premiados con los mejores sistemas de "chuponeo" otorgado por la "embajada americana" y que fue utilizado en infinidad de interceptaciones ilegales, al final de ese gobierno todo este equipamiento desapareció del mapa militar y apareció en manos de ex marinos que hacían lo mismo, solo que por un precio : favores políticos o económicos.